domingo, 16 de junio de 2013

LA PLAYA

 
 
 

Hace unos días estuve en la playa haciendo esas cosas que hace la gente en ese lugar, broncear y ojear, con alguna que otra visita al chiringuito para refrescarse.
 
Al poco de llegar, vinieron dos jovencitas postadolescentes a tumbarse a escasa distancia, con unos bañadores que le habían cogido prestados a sus barbies de la infancia.
 
Nada más llegar, se tiraron casi veinte minutos hablando de sus tetas.
Que si me gustaría tener más, que si me gustaría tener menos, que me nacen por aquí, que me cuelgan por allá, que este tipo de sujetador me queda mejor, que con este tipo de vestido pegan más mis tetas, y todo esto acompañado de magreos mutuos para comprobar consistencias, tamaños, etc.
 
Esta situación, que a cualquier varón le hubiera provocado una excitación propia que un burro en época de celo, a mi me causó impetuosos espasmos de descojonamiento. No sé si es que me estoy haciendo viejo, o que simplemente soy raro. Probablemente ambas cosas.
El caso es que me tuve que ir a dar un chapuzón, y no precisamente para refrescarme cierta parte de la anatomía, sino para que no me vieran partiéndome el ojal.
 
Así que me gustaría darles las gracias, porque aunque asisto con frecuencia a conversaciones absurdas, hacía tiempo que ninguna alcanzaba este nivel.
 

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